La Tienda del Kirguise- Librería del Puerto
26 de noviembre de 2016
¿Qué es lo que ha cambiado… realmente?
Algunas ideas sueltas sobre un fondo de cuatro trabajos y sus bocetos… .
Buenos días, en primer lugar quiero daros las gracias por estar aquí. También a la Librería del Puerto por acoger estos encuentros y, muy especialmente, a Marina Gurruchaga, persona inquieta, excepcional y siempre inclusiva en todos sus interesantes proyectos. Así que estamos encantados de haber venido.
Voy a ocupar unos diez minutos, porque prefiero dejaros con Miguel, que ha venido de Madrid hace un rato.
Hablaré de un par de cosas mientras se pasan unas fotos de trabajos que tuve este verano en el Observatorio del Arte de Arnuero en una exposición que hice con mi hija mayor, Helena Sobrino Obeid, fotógrafa y excelente pianista.
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A.
En primer lugar quiero referirme al título de este ciclo: “Géneros en Metamorfosis. Nuevas y viejas recetas en el mundo de la creación postdigital”.
Me quedo con el final, eso de “creación postdigital”. Por mi parte, el atributo se agradece, porque pienso que quizá ya estemos empezando a digerir la avalancha tecnológica de estos años. Y si, en algún sentido podríamos hablar en pasado, entonces, el asunto habría entrado en una etapa de cierta madurez, en la que la técnica empezaría a no ser la protagonista para convertirse en vehículo, en herramienta, con un fin que está más allá de ella (como pasó anteriormente con la fotografía, el cine, etc.).
En lo que afecta a nuestras “viejas recetas/artes” (escultura, pintura…), se me ocurre anotar varios asuntos:
1º) Que consideremos la necesidad de hacer un balance objetivo de la importancia que ha tenido lo digital en cuanto “medio que condiciona la forma” de un producto artístico (aunque estuviese encuadrado en las prácticas tradicionales).
2º) En la misma línea, deberíamos valorar si, en el deslumbre, no perdimos un poco el norte, en especial los valores digamos humanos, de central importancia.
3º) Después entraríamos a imaginar qué “panorama” se presentaría en el arte en la etapa siguiente.
4º) Para, asumiendo sin más que no existe el retorno a un figurado punto anterior, reivindicar las ya aludidas técnicas y lenguajes tradicionales.
Imagino que todo esto no suena muy innovador/interesante; incluso más bien nostálgico. Sin embargo, añadiré que es lo que toca en los tiempos que corren: que el conservacionismo ̶ no “conservadurismo” ̶ (en lugar de la supuesta “ruptura permanente”, promovida por los “viejos vanguardistas contemporáneos”, hoy anclada a las instituciones de todos los tamaños y presupuestos) es hoy nuestra punta de lanza, en lo social, en lo ambiental… .
¿Por qué no en lo cultural y artístico? ¿Por qué no pedir, también aquí, que nos devuelvan lo que es nuestro, lo que por herencia nos pertenece? En aspectos tan esenciales como la educación general, la formación artística, la difusión cultural, etc.
Cosas para las que, sin duda, es adecuado un uso razonable de lo digital… sin menoscabo de la “arcaica vivencia material” de la primera persona. De eso trata lo que sigue.
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B.
El título de hoy es “El duende del taller. Pintar, esculpir” y busca ser una forma, entre “gutemberguiana” y flamenquilla, de referirse a la recíproca alimentación del esfuerzo manual y el vuelo del pensamiento. El azar y el encanto, que se citan durante el trajín volcado en una obra y propician el “inventar”, es decir, encontrar. Y crecer, también, especialmente, con los errores.
En nuestro caso, esa obra es un objeto material.
Por eso quiero terminar subrayando la importancia de esa “cosa”, de ese objeto artístico tantas veces tratado con desprecio. Nos interesan todas sus fases, pero ahora en particular mencionaré los dos extremos de su “alumbramiento”:
1) Su propia elaboración, tantas veces trabajosa; a menudo consecuencia de una vida de formación.
2) Su contemplación final, que también tiene mucho de sensación corpórea. Y de solicitud de un esfuerzo de apertura del receptor.
He hablado de objeto material, y con ello queda asumido el “riesgo” de que acabe “integrado”: almacenado, clasificado o presa de los comerciantes, entre otros avatares. En todo caso, puede que sobreviva a unos cuantos episodios, si dura lo suficiente; para entonces, la forma habrá hecho suyas las cicatrices.
Así que el destino de las obras que no debería preocuparnos; solo su nacimiento y su verdad, que eso sí que nos compete y no tiene vuelta de hoja.
Con la reivindicación del objeto también estoy pidiendo deshacer (de una vez, por favor) el persistente hechizo del artista-intelectual. Que no se mancha ni se despeina. Del enésimo “rey desnudo”, en este caso hijo del academicismo dieciochesco, mal que pese a algunos.
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C.
Y ahora, perdonadme, sufro la tentación de aludir a Benjamin:
Lo imagino dibujado en un “Graforismo” de Miguel, diciéndonos tal vez, que lo digital ha cumplido una valiosa función de “difusión mecánica”, imposible hasta hace nada. “Pero el aura… ¡Ay, el aura! (aquí mejor el duende) ¡…solo está en la obra!”.
Y esto es así porque esa cosa, ese personajillo indefinible ya vivía agazapado, desde siempre, en el viejo y muy humano taller (en la viñeta, W.B. lo señala con el dedo). Aquí aparece solo la última obra, “Nueve escenas sin título”, de la serie de diapositivas mostradas en la Librería del Puerto (El GRaforismos. Sobrino González, Miguel. Mairea Libros. Madrid 2015).
SANTIAGO y MIGUEL SOBRINO