LA TIENDA DEL KIRGUISE

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REGRESOS IV

3 comentarios

 

PRIMERO MAISONTINE, AHORA TELVA

 

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Parece que estoy abonada a las estelas funerarias de mujeres muertas de bellísimo nombre e indeterminada edad. La primera de ellas fue como un flechazo: de hecho bauticé uno de mis proyectos literarios con Maisontine, ese extraordinario cognomen que algunos, sin saber que se trataba de una estela vadiniense, pronunciaban con acento británico creyendo quizás que era un nombre inventado o rescatado de la época de los psicotrópicos y las flores en la oreja. A Maisontine le había puesto la estela su padre; por lo tanto sería joven, muy joven incluso, y también lo sería su padre para los usos de hoy en día.En su estela, un caballo psicopompo y grácil, con una de sus patas delanteras haciendo pasitos de baile, transportaba a sus lomos una cruz y  el espejo epigráfico respiraba atención y mimo en su diseño. Maisontine no era pobre y seguramente murió siendo muy querida.

No viviria de forma muy distinta a la de Telva, la propietaria de la segunda estela funeraria que se crizó en mi vida, porque el mundo tardoantiguo no aporta grandes novedades en la cultura material del hombre ordinario y se superpone al de la Romanización con escasas estridencias.  Telva, de germánico nombre (traducible por algo así como «la vencedora»), por su parte no era miserable, si bien aquel epitafio, de un laconismo extremo, respira rusticidad y su ejecución es bastante más precaria. También alguien se encargó de preservar su memoria sobre el soporte imperecedero de la piedra, alguien que quizás no sabía escribir pero que conocía a otro que sí sabía, o al menos dibujaba las grafías de manera reconocible. No sabemos en qué hablaría Telva, si en un latín desgarrado por la dura vida labradora o, quizás, alguna lengua en proceso de romancización, sazonada con las expresiones de un bisabuelo visigodo.

Aquella estela de Maisontine jamás la vi, salvo en fotografía. La belleza del nombre me golpeó de lejos, como un trueno apagado por la distancia del tiempo. El caso de Telva fue bien diferente. La buena mujer -doncella, madre, anciana- vino a mí: literalmente se me apareció, como una especie de xana, con esa buena voluntad de las hadas, que es cumplir los sueños de los locos (servidora) y los niños.  Puedo decir, sin mentir en absoluto, que se arrojó a mis pies desde lo más alto de un montón de piedras, quizás sospechando que su largo periplo de más de mil años terminaría -aunque siempre es momentáneo el detenerse para una piedra-, gracias a mis oficios, en el Museo de Prehistoria. ¿Dónde estuviste, amiga mía? Y antes de aquello, de tu marcha, ¿cómo vivirías? ¿Mirabas las mismas cumbres que hoy miro yo, sus cabezas nevadas, los prados empapados, las piedras que realmente huelen a eso, a piedra, a tierra que duerme casi hasta el verano?

¿Y quién presta a quién un soplo de inmortalidad? Yo, rescatándote del olvido, o tu, revolviéndote en los cielos de hace mas de mil años mientras es a mi a quien toca vivir, ahora? También me espera un epitafio. Y ya seremos tres, como las Divae Matres, charlando ante el fuego, hilando un copo, sacando las habas de su camisa. Y la vida seguirá, afuera.

 

MARINA GURRUCHAGA

Autor: latiendadelkirguise

Somos un grupo de amigos interesados en la actividad literaria y artística en general.

3 pensamientos en “REGRESOS IV

  1. Marina, » la loca de la casa», gracias por regalarnos esa reseña sobre las estelas funerarias de esas dos mujeres. Una de ellas, Maisontine es cómo de nuestra familia, la celebramos, la adornamos, la difundimos y la adoramos, gracias a ti. De Telva no sabía nada, esa misteriosa dama que te encontró. Un abrazo Marina. Deja por ahora tu epitafio.

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